Hambre by Knut Hamsun

Hambre by Knut Hamsun

autor:Knut Hamsun
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1890-11-19T05:00:00+00:00


Tercera parte

Transcurrió una semana en la magnificencia y en la alegría.

Una vez más había franqueado el peor paso, podía comer todos los días, mi valor aumentaba y yo ponía manos a la obra. Tenía preparados tres o cuatro artículos que agotaban mi pobre cerebro, hurtándole cada resplandor, cada pensamiento que en él nacía, y me parecía que aquél funcionaba mejor que antes. Mi último artículo, que tantas ¡das y venidas me había costado, y en el que había puesto tanta esperanza, me había sido devuelto por el redactor jefe, y yo lo había destruido allí mismo, furioso, vejado, sin releerlo. Con el fin de abrirme varias salidas para el porvenir, quise ensayar en otro periódico. En el peor de los casos, y si esto no tenía éxito, me quedaba siempre el recurso de los buques. La Monja estaba en el muelle, dispuesta a zarpar, y tal vez, a cambio de mi trabajo, podría obtener en él pasaje para Arcángel o cualquier otro puerto. Por lo tanto, no me faltaban perspectivas por todas partes.

La última crisis me había maltratado demasiado. Empezaba a caérseme el cabello en gran cantidad, tenía dolores de cabeza que me hacían sufrir mucho, sobre todo durante la mañana, y los nervios no se calmaban.

Escribía con las manos envueltas en trapos, por no poder tolerar la sensación de mi propio aliento en la piel. Cuando Jens Ola¡ cerraba con violencia la puerta de la cuadra, o cuando un perro, entrado en la cuadra, empezaba a ladrar, me hacía el efecto de que me introducían puntas de hielo hasta la médula de los huesos y me pinchaban por todas partes. Realmente, estaba bastante mal.

Todos los días trabajaba mucho, dándome apenas tiempo de tomar mi alimento antes de ponerme a escribir.

Mi lecho, como mi mesilla vacilante, estaban llenos de notas y de cuartillas escritas, en las que trabajaba alternativamente. Agregaba a ellas las nuevas ideas que se me ocurrían durante el día, modificaba, daba vida a los puntos muertos con una palabra escogida de aquí o de allá, avanzaba con gran trabajo de frase en frase, a costa de grandes esfuerzos. Por fin, uno de mis artículos quedó terminado una tarde; dichoso y alegre lo guardé en el bolsillo y fui a la redacción de El Comendador. Era ya tiempo de hacer una nueva expedición en busca de algún dinero, porque ya no quedaban muchos óre.

El Comendador me rogó que me sentara un momento, terminaba en seguida... Siguió escribiendo. Dirigí una mirada circular al modesto despacho; bustos, litografías, recortes, un cesto de papeles desmesurado que parecía poder engullir una persona entera sin gran trabajo. Sentía tristeza en el alma a la vista de aquella enorme garganta de dragón siempre abierta, siempre dispuesta a recibir nuevos trabajos rechazados... nuevas esperanzas truncadas.

—¿Qué fecha es la de hoy? —dijo de repente El Comendador desde su mesa.

Veintiocho —contesté, satisfecho de poder prestarle un favor.

«Veintiocho.» Siguió escribiendo. Por fin, metió en un sobre varias cartas, tiró unos papeles al cesto y, dejando su pluma, se volvió en su silla a mirarme.



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